Significado de la palabra:

OTROSÍ. (Del lat. alterum, otro, y sic, así.) adv. c. Demás de esto, además. Ú. por lo común en lenguaje forense. Il m. Der. Cada una de las peticiones que se ponen después de la principal.

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"OTROSÍ" NRO. 1 Noviembre de 1997 "PRIMERAS PALABRAS" A modo de editorial

"OTROSÍ" NRO. 1 Noviembre de 1997


"PRIMERAS PALABRAS" A modo de editorial


Ninguna sociedad puede vivir constantemente de las mentiras o de las medias verdades ni conformarse con versiones simplificadas (y simplificadoras) de su propia realidad; tarde o temprano deberá tomar conciencia de su pasado tal como fue, no sólo para comprenderlo sino para administrar su presente y prever su futuro. Esto es obvio. A los argentinos nos pesa desmesuradamente ese pretérito tan reciente de violencia desatada por la izquierda armada y respondida por el estado organizado. Esto hay que aclararlo cuanto antes.


Hace tiempo que ha sonado la hora de recordar aquellos hechos sin deformaciones ideológicas ni presiones emocionales, sin trampas ni alteraciones. La Argentina necesita de un contexto de racionalidad, de sinceridad y de sensatez para entender, interpretar y evaluar lo acontecido desde que las usinas internacionales del terrorismo decidieron tomar su geografía como campo de batalla hundiendo al pueblo y en especial sus Fuerzas Armadas y de Seguridad en un caos inédito odios y luchas que, no casualmente, se consigue mantener hasta hoy mismo.


Es indispensable e impostergable replantear todo lo ocurrido; sus causas, inspiraciones; circunstancias y condiciones. El país no puede seguir conformándose con el discurso altanero y al mismo tiempo quejumbroso del derrotado militarmente que ahora vuelve como inocente e idealista que no tuvo ni tiene ninguna culpa que purgar y que reclama las garantías que negó cuando tuvo las armas, invoca el derecho al que desafió y negó por principio, se queja porque se le aplicó su propia metodología, busca y obtiene reconocimiento e indemnizaciones por las sanciones que mereció.


Nada de esto podría hacerlo sino a partir de la falsificación de la historia. Es pertinente citar estas palabras de Juan Pablo II, tan valientes como oportunas: "Restaurar la verdad es ante todo llamar por su nombre a los actos de violencia. Hay que llamar al homicidio por su nombre: el homicidio es un homicidio y las motivaciones políticas o ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza, pierden su dignidad propia". Victorino Rodríguez, comentando este concepto, dice "Es fuente de paz la verdad histórica sobre las guerras y sus motivaciones no para olvidarlas sino para prevenirlas con obras y actitudes generadoras de paz".


Queremos utilizar estas citas como piezas preliminares de la obra que ahora comenzamos. Nos proponemos - nada más, nada menos - que volver a plantear los términos de una cuestión que es mucho más que una polémica y que, por un ardid de la izquierda armada reinsertada en el mismo sistema que combatió, se quiere dar por terminada. Seguimos en conflicto aunque no sea violento y esto debemos tenerlo muy en claro. Una etapa decisiva de este proceso es el desprestigio en que fueron enterrados quienes combatieron a la subversión. Se ha unificado el discurso sobre este tema, se lo ha retirado del debate de manera que su condena y la repulsa que sufren constituyen un fallo inapelable.


No se nos permite hablar ni disentir. Pues bien, estamos dispuestos a hacerlo porque lo merecen nuestros muertos y lo necesita la Nación, aquellos por una razón de justicia, ésta por una razón de permanencia.


"NUESTRO PROPOSITO" Presentación


Nos proponemos exactamente restablecer la verdad histórica. Conviene precisar: esta verdad histórica a la que nos referimos no pertenece al pasado, por lo menos no íntegramente; por el contrario, forma parte de nuestro presente. Y es más, integra el núcleo de nuestro presente.


Aunque pocos, muy pocos, la adviertan, la subversión - que se posesionó de la vida pública y privada de los argentinos durante dos décadas- continúa en actividad pero, además, vigente; incluso con una vigencia que entonces, durante esos años de plena violencia, no llegó a alcanzar.


Es que los acontecimientos de los 60' y los 70' no dejaban lugar a la retórica ni a discurso sentimentalista: nadie podía dejar de ver y, por lo tanto, nadie podía olvidar, nadie podía ser engañado y todos sabían quienes eran los asesinos y quienes las víctimas, quiénes los responsables de la guerra y quiénes los defensores del orden.


Lo que ocurría (atentados, asesinatos, secuestros, odio y terror sistematizados) "estaba ahí", se sufría día a día, a veces hora a hora. Una auténtica sensación de asfixia se había apoderado del país y de la sociedad, muchos de los que salían a la mañana de sus casas no tenían la seguridad de volver. Se vivía un estado de convulsión interna, se vivía una verdadera guerra.


Las Fuerzas Armadas y las de Seguridad, en virtud de un imperativo de derecho natural y en cumplimiento de una disposición de un gobierno constitucional, tomaron a su cargo la defensa del orden y de la sobrevivencia de la Argentina y de los argentinos porque todos -Nación y ciudadanos estaban amenazados de destrucción y de deformación. Hubo que hacerse cargo del Estado y, junto con éste, del plexo de valores (familia, propiedad, aptitud para la convivencia, respeto en el disenso, pluralismo razonable, sentido jerárquico, vocación de igualdad sin distinción de procedencia, aceptación de una moral objetiva, derecho a la prosperidad y, por sobre todo, sentido de pertenencia a una comunidad que, orgullosa, se sabía diferenciada y con proyectos comunes, todo ello inspirado en una concepción tal vez vaporosa pero indudablemente cristiana).


Es que la subversión - en definitiva e incluso a pesar de sí misma, marxista - amenazaba y agredía a la sociedad en todos los frentes, en todas las actividades, desde los más impensados sectores. Se trataba de una guerra total e integral, coordinada unitariamente por un comando que podía disentir en algunos aspectos o en algunas influencias ideológicas, pero que respondía al mismo espíritu perverso de redención radicalizada que se imponía no sólo contra los “explotadores" sino contra la voluntad de los "explotados" que, con mucha frecuencia, resultaron las víctimas de ese redentorísmo implacable y unilateral.


Se recurrió al terrorismo. Tendremos oportunidad en próximas entregas de describirlo y ejemplificarlo y, en especial, de detenernos en sus objetivos, consecuencias y procedimientos porque la cuestión es central para entender ese pasado y para replantear -como nos proponemos - la problemática presente y las perspectivas futuras.


Ahora nos limitamos a señalar la utilización del terror como método para insertarse en la sociedad, su formidable importancia psicológica y política, la alienación ética que la adopción de esa metodología impone y, básicamente, el hecho de que esas técnicas eran y son criminales.


Los que la practican, defienden o justifican son, en mayor o menor medida criminales. Es nuestra convicción que quienes deforman aquella realidad - ocultándola, disimulándola o negándola, simulándola o negándola- son cómplices y partícipes activos moral y jurídicamente responsables de tanta muerte y tanto dolor como se abatieron sobre nosotros durante 20 años. Y que tienden a reproducirse ahora, como demostraremos.


Pues bien, aquella subversión que procuró destruir el orden tradicional de los argentinos y sustituirlos por otro revolucionario, aquel baño de sangre en que sumergió a la república, aquella Guerra Revolucionaria que atacó al país en sus resortes más íntimos y vitales, todo ese pasado crudelísimo e inmoral pretende ser olvidado por algunos.


Otros, incluso, aspiran a reivindicarlo. Los primeros ocultan el hecho subversivo mismo, los segundos lo rescatan más o menos explícitamente como programa a aplicar. Algunos se han apartado de la prédica de la práctica de la violencia y han optado por reinsertarse - sin dar muestras de arrepentimiento - en el sistema que decían combatir (Bullrich, Schiaretti, Aráoz, Toma y tantos más), los otros insisten en combatir el orden con los medios que pueden (las Madres y Abuelas, "Quebracho", varios comunicadores).

Y todos inciden en presentar a la represión como una acción alocada e infundada de manera que, a contrario sensu, la acción subversiva se muestra como una actitud virtuosa en tanto la represiva se presenta como una conducta criminal, perniciosa e inexplicable; para aquella todas las alabanzas y la comprensión, para esta todos los reproches y persecuciones, más allá del derecho y aun del sentido común.


Tanto por una razón de justicia como de necesidad política es imprescindible poner las cosas en su lugar, presentar una versión más acorde con la realidad y refrescar la memoria de los argentinos, víctimas y victimarios. Hubo acción terrorista y hubo respuesta acorde. Estos son los términos del debate nuclear de la problemática argentina contemporánea, un debate que no está cerrado y es bueno que no lo esté.


Y es por eso que salimos con este modesto esfuerzo de restauración de la memoria perdida, para que no se siga escuchando una voz sola, para que no se siga tergiversando la verdad de lo ocurrido, para que el pueblo no quede en manos de sus enemigos de ayer.


¿Qué se puede esperar de gente que mató por matar, por un odio abstracto, sin destinatario concreto y sin motivo personal en la mayoría de los casos sino sólo para infundir la sensación de terror, que quiebra y que confunde? ¡Que no se siga ensuciando los nombres de los que nos defendieron y burlándose de los que cayeron!


No disponemos de medios y somos conscientes que los de comunicación nos atacarán o nos sepultarán en el agravio o en el silencio. Pero es nuestro deber salir y hablar, recordar y denunciar. No es posible que los que iniciaron la guerra militar y la perdieron - en el campo y en el tiempo por ellos elegidos - vuelvan y triunfen en la guerra cultural, imponiendo su imagen de idealistas e infiltrando su ideario nunca renunciado. No queremos que se siga adelante en base al discurso, a las versiones y a las imágenes que transmiten e imponen los derrotados de ayer, que son, también, los culpables de esa época de horror.


Por eso salimos. Aspiramos a convocar a los que se sienten solos, perseguidos, defraudados o confundidos por una propaganda atronadora, tramposa y unilateral, explicar lo que ocurrió, restaurar la verdad histórica, recordar a los que tuvieron la iniciativa de la violencia, rescatar del olvido a los que pelearon el buen combate.


Recordar las razones, la legitimidad y la necesidad de la represión sin complejos, con libertad, con honestidad, tan dispuestos a la polémica como al reconocimiento de los errores y de los excesos.


No nos empeñamos en dar una versión mecánicamente contraria a la que se lleva a cabo de un modo tendencioso desde los organismos de "derechos humanos", desde los partidos políticos y desde el propio gobierno. Por el contrario, sólo nos proponemos reivindicar una lucha que fue de todos y de cuyos resultados hoy todos, mal que mal, nos beneficiamos. Porque si hay una Argentina civilizada en estos días es porque se batió a la subversión que pretendió hacer del terror una forma de convivencia.


Por eso estamos, por esto volvemos.

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